Una de las características principales del coaching humanista de esencia no directiva, es la no transferencia por parte del coach de conocimiento o experiencia hacia el cliente durante las sesiones. Esta peculiaridad, que no debería ser tal, ya que esta forma de coaching es la más cercana en pureza al desarrollo del concepto de Juego Interior propuesto por T. Gallwey, hace de esta corriente de coaching una de las más efectivas y a la vez difíciles de llevar a la práctica.
Una de las competencias que juega un papel decisivo en el desarrollo de la sesión de coaching no directivo es la escucha activa, pero aplicada desde el ámbito de la fenomenología. ¿Cuál es la importancia de tal distinción? Generalmente, cuando hablamos en coaching de escuchar activamente, nos centramos exclusivamente en el proceso de observación y recepción de información por parte del coach. Es decir, tal y como lo define la ICF: habilidad para enfocarse completamente en lo que el cliente dice y no dice, entender el significado de lo que dice, entender el significado de lo que se dice en el contexto de los deseos del cliente, y apoyar al cliente para que se exprese.
Esta perspectiva fenomenológica es imprescindible para que la escucha activa pueda desplegar toda su potencia en la sesión de coaching, y a la vez pueda contribuir al efecto de “Crecimiento del individuo” tal y como manifiesta Carl Rogers junto con E. Farson en su artículo “Escucha activa”: “La aproximación de la escucha activa, por otra parte, no presenta una amenaza a la auto-imagen del individuo. No tiene que defenderse. Puede explorarla, verla por lo que es, y tomar su propia decisión de cuan realista es. Entonces está en posición para poder cambiar.”
El enfoque que nos presenta Rogers requiere de algo más que ser capaces de enfocarnos en lo que se dice y no se dice. Hace imprescindible que el coach tenga además una aproximación fenomenológica hacia esa escucha y sepa trasladarlo desde esa perspectiva al cliente. Pero ¿Qué es la fenomenología? Podríamos definirla como la corriente filosófica y metodológica propuesta por el filósofo alemán E. Husserl (1859 – 1938). La fenomenología podría ser definida como “El estudio de lo que aparece” “Conocimiento estricto de los fenómenos tal como se ofrecen a la experiencia y como aparecen en nuestra conciencia”. (Dr. Enrique Espinosa. Art. Percepción Fenomenológica. 2016).
En el ser humano, la mayoría de conceptos e ideas que se encuentran en nuestra mente se ven condicionadas por interpretaciones, prejuicios e interferencias. A priori no tenemos una idea clara de la esencia de las cosas.
Por ejemplo, un cliente en una sesión de coaching puede querer conseguir ser un buen jefe. Este concepto que seguramente llevará tiempo dando vueltas en su mente de forma inconsciente y esquiva, no nos es útil para empezar a trabajar sobre él como objetivo, ya que muy probablemente el cliente no tenga clara aún la esencia de lo que significa “ser un buen jefe”. Sin claridad y sin entender, el ser humano se encuentra ante un camino lleno de obstáculos que le impiden llegar a su objetivo.
En el caso de la fenomenología, su propuesta metodológica parte de dos fases: Epoché y la intuición eidética.
Para poder apreciar la importancia del desarrollo de la percepción fenomenológica tanto por parte del coach como del cliente podríamos apelar a la siguiente metáfora.
Imagine que se encuentra en una feria y decide entrar a una atracción que dice “Salón de los espejos”. Nada más traspasar la puerta nos encontramos con una infinidad de espejos de todo tipo de tamaños y formas que nos devuelven imágenes distorsionadas de nuestra realidad: muy alto, aplastado, un solo ojo, cabeza de pepino… Si esas superficies distorsionadas fueran las únicas que tuviéramos como referencia a lo largo de nuestra vida, los conceptos que se irían registrando en nuestro cerebro sobre nosotros y lo que nos rodea serían igual de deformes. Ahora, ¿Qué necesitaríamos si realmente quisiéramos poder acceder a una mejor visión sobre nosotros mismo y la realidad de nuestro entorno? Ponernos frente a un espejo neutro que no tuviera ningún tipo de deformación ni manipulación. Un espejo que nos permitiera observarnos tal y como somos para poder entendernos.
Apliquemos esta metáfora a los conceptos mencionados anteriormente de Epoché e Intuición Eidética.
Podríamos definir la Epoché como una suspensión momentánea del juicio. Es decir, poner temporalmente en pausa todo aquello que creemos saber sobre un concepto. En el caso de la sesión de coaching este aspecto debe ser aplicado tanto al coach como al cliente. Para poder llevar a cabo esto, es imprescindible que el coach realice reflejos sintéticos del discurso del cliente y haga preguntas de la forma más fiel posible a la intervención de éste. Es decir, utilizando el mismo lenguaje y evitando caer en interpretaciones provocadas por su propia visión del tema a tratar.
Si estuviéramos en el salón de los espejos, hacer Epoché consistiría en ser capaces de atrevernos a abandonar esa visión a la estamos acostumbrados para poder dar paso a otras diferentes. Nótese el uso de la palabra atreverse. Epoché supone un ejercicio de valentía y humildad tanto por parte del coach como del coachee. Estar dispuesto a no saber momentáneamente y dejar de lado todo lo conocido hasta ese momento sobre un concepto determinado. Esa es la única manera de que el coach pueda realizar un reflejo neutro y desapegado de su visión personal.
En el caso del coach, la Epoché será el elemento que posibilitará que éste se convierta en un espejo limpio y completamente plano, de forma que el reflejo que ofrecerá será lo más puro posible. Para el cliente supondrá un punto de partida sobre el que empezar a construir o deconstruir. En el caso que mencionábamos anteriormente del cliente que quiere “ser un buen jefe”, Epoché sería darse cuenta de que en realidad hasta el momento no se había planteado qué significa realmente esa idea.
Solo habiendo hecho Epoché podemos dirigirnos hacia la siguiente fase del proceso fenomenológico que sería la intuición eidética. Ésta consistiría en un proceso de limpieza y redefinición del concepto a abordar.
Tal y como hemos mencionado anteriormente nuestra visión de las cosas y sobre nosotros mismos y los demás está condicionada por juicios, interpretaciones, preconcepciones que actúan en nosotros de forma inconsciente como interferencias hacia aquello que queremos conseguir. Una vez que estamos dispuestos a hacer Epoché de forma consciente y a dejar de lado esa forma particular de visión que tenemos, es necesario que nos embarquemos en un proceso de limpieza o eliminación de todo aquello que es accesorio a la esencia del concepto en sí, y además una posterior redefinición que nos aporte luz y forma a la nueva visión de éste.
Si a nuestro cliente ejecutivo anterior le preguntáramos qué significa para él “ser un buen jefe”, lo más probable es que primero tuviera que parar para replantearse su visión actual del término. Quizás una visión que nunca se había parado a examinar y que seguramente incluso le supondría cierto esfuerzo el ordenar las ideas que tiene en ese momento sobre “ser un buen jefe”. Posiblemente nos diera una definición primera basada en su experiencia, en lo que vio hacer a su padre en la empresa familiar, o en la última lectura sobre liderazgo que realizó en su vuelo de vuelta de su último viaje de negocios en el magazine del avión.
Pero ¿Es todo eso realmente ser un buen jefe? Aquí desde el punto de vista fenomenológico de la intuición eidética, la labor del coach sería la de no dar por válida cualquiera de estas definiciones, y a través de reflejos sintéticos y preguntas ayudar al cliente a cuestionarse todos esos supuestos. Ir desnudando poco a poco esa “realidad” que él percibe en un primer instante, hasta eliminar todo aquello que pueda resultar accesorio al concepto o incluso confuso y alejado de esa esencia más pura del concepto “ser un buen jefe”. Una esencia mucho más cercana y más enfocada en los resultados que nuestro cliente quiere conseguir. Para poder estar en esta posición, el coach debe poner mucha atención a no “contaminar” sus intervenciones, ya sea en forma de reflejo, resumen, agrupación o pregunta, con posibles interferencias pertenecientes a su propia forma de ver ese mismo concepto.
A estas alturas el lector se estará preguntando seguramente cuáles son los beneficios de este enfoque fenomenológico dentro de las competencias del coach. La respuesta dependerá bastante del concepto que tenga el propio coach sobre la finalidad última del coaching. ¿El coaching es solo para conseguir objetivos? ¿O el trabajo sobre objetivos es un medio para poder desarrollar el potencial de las personas y su autonomía sobre este potencial?
Para los coaches que estén conformes con la primera aproximación, quizá la fórmula humanista - no directiva, no sea atractiva ni necesaria. En cambio, si creemos en un coaching enfocado al desarrollo del potencial del ser humano, de forma autónoma, ésta es la fórmula. Para poder fundamentar esta afirmación vamos a referirnos a los diferentes estudios que se han hecho a través de EEG relacionados con el índice de actividad cerebral en un entorno en el que al sujeto de estudio se le aportaban las soluciones a ciertos dilemas planteados y otro en el que era el propio sujeto el que debía realizar el trabajo de reflexión para llegar a conclusiones o soluciones.
Mientras que en el primer caso la actividad cerebral registrada era casi nula, en los casos en que el sujeto ponía en marcha el proceso de reflexión a través de diferentes preguntas formuladas, no solo se apreciaba una pronunciada actividad en el lóbulo prefrontal del individuo, sino que también se activaban incluso otras áreas correspondientes al hemisferio derecho, haciendo un uso más integrado de todo el cerebro. Mientras que cuando le decimos a alguien lo que tiene que hacer o la posible solución a un problema el nivel de aprendizaje que se produce es mínimo, en el momento que la persona es partícipe de la búsqueda de soluciones y es éste el que realiza el proceso reflexivo, el nivel de aprendizaje que se está produciendo en ese individuo es mucho mayor, además de tener más garantías de integración en la memoria a largo plazo.
Pero no sólo eso. A través de este proceso potenciado por la aproximación fenomenológica, el cliente estará aprendiendo de forma empírica un proceso de auto-aprendizaje que le acompañará a lo largo de su vida y que le hará un ser mucho más autónomo, reflexivo y creativo y en disposición para obtener mejores resultados.